La Tercera

La metamorfosis de Bildu

El PSOE es el partido que más ha trabajado para que EH-Bildu esté hoy donde está, y para que mañana esté donde sabemos que va a llegar

Cervantes sí, Darwin también

Kant, trescientos años después

Nieto

Óscar Monsalvo

El pasado domingo, durante el recuento electoral, me venía a la memoria un artículo de Pedro Gorospe en 'El País'. Se publicó en 2019 y su título era «EH Bildu ensaya su metamorfosis». En realidad no he dejado de recordarlo desde que lo leí, porque ... así fue como empezó a gestarse la victoria de la izquierda abertzale. La victoria de Bildu va más allá del resultado en estas últimas elecciones. No han sumado los votos suficientes para colocar a Pello Otxandiano en Ajuria Enea, pero seguramente esta nueva mayoría de PNV y PSE sólo conseguirá retrasar un poco más lo inevitable. Bildu es desde hace tiempo un fenómeno social ascendente, y el proceso que los ha colocado donde están ha sido esencialmente un proceso nacional. Un proyecto político y mediático con sede en Madrid mediante el que el PSOE y sus periodistas afines han convertido a la marca actual de la izquierda abertzale, heredera de Herri Batasuna, en una opción electoral legítima, atractiva e incluso ejemplar para los votantes de izquierdas.

Es necesario recordar algunos de los momentos más importantes en este proceso. Francisco Martín, el delegado del Gobierno en Madrid, decía hace menos de un año que Bildu había hecho más por los españoles que muchos «patrioteros de pulsera». Óscar Puente, tal vez el representante más puro del socialismo, defendía poco después en el Congreso que el PSN entregara la alcaldía de Pamplona a los abertzales con unas palabras que hoy adquieren un significado clarísimo: «En pocos días habrá en España otra alcaldía progresista más, y una menos de derechas. Por tanto, yo le digo sin ningún complejo que no tengo ningún problema en que un partido progresista y democrático de este país se haga con una alcaldía de una capital de provincia de España». Y cuatro años antes de que los portavoces oficiales y extraoficiales del Gobierno llamasen cobarde a Pello Otxandiano por no calificar a ETA como una banda terrorista, el presidente Pedro Sánchez, en una réplica a un representante de EH-Bildu en el Senado, lamentó el fallecimiento en prisión del etarra Igor González Sola con las siguientes palabras: «Me quería referir al caso de Igor González Sola, el preso de la banda… ETA».

Ninguna de estas declaraciones partieron, como han venido repitiendo demasiados análisis críticos, del cálculo electoral. No se trataba de componendas transitorias, y tampoco disfrazaban un rechazo profundo a lo que representa EH-Bildu. Todas ellas mostraban claramente la disposición amistosa que une desde hace tiempo a los socialistas con los aberzales. Un último detalle para poder interpretar correctamente la situación actual: el PSOE no tuvo ningún reparo en firmar aquel 'Manifiesto en favor de la democracia' con EH-Bildu aun sabiendo que las juventudes aberzales constituían brigadas antifascistas dedicadas a impedir los actos electorales de Cs, PP y Vox en el País Vasco. No tuvo ningún reparo en hacerlo ni tuvo que pedir perdón ante sus votantes porque siempre se trató de una alianza natural. Y para que esa alianza funcionase los socialistas debían ser muy claros respecto al eje que divide a los demócratas y a los antidemócratas. El mensaje de Óscar Puente no es el de un socialista desviado e incontrolable, sino la culminación de muchos años de normalización: todo lo que suponga menor presencia política de la derecha en cualquier lugar de España es un motivo de alegría para las fuerzas progresistas.

Y ahora, ¿qué? ¿Qué se puede hacer en esta fase tal vez definitiva de las relaciones entre la izquierda socialista y la izquierda aberzale? Lo primero, sin ninguna duda, es reconocer la dimensión real del problema. El PSOE es el partido que más ha trabajado para que EH-Bildu esté hoy donde está, y para que mañana esté donde sabemos que va a llegar. Por eso es inútil apelar a su sentido ético. Tanto sus votantes como sus dirigentes eligieron hace mucho tiempo alinearse con Bildu y dejar al otro lado del muro a todos aquellos que rechazasen sin contemplaciones a los herederos, amigos y compañeros de los etarras.

También es necesario dejar de repetir los cuatro errores fundamentales que han imposibilitado la construcción de una respuesta social y política a la nueva izquierda aberzale. El primero tiene que ver con los jóvenes. Pensamos que no conocen lo que hizo la izquierda aberzale, o que lo han olvidado. No se trata de eso. Es mucho peor. En el voto joven a EH Bildu hay únicamente dos sensibilidades. La de quienes conocen lo que hicieron y no le dan importancia y la de quienes conocen lo que hicieron y se sienten parte de esa obra. En cualquier caso, se trata de una cuestión ética, no pedagógica. Sin duda es mucho más tranquilizador creer que ignoran lo que hizo ETA y lo que defiende el partido al que votan, pero no deberíamos buscar el consuelo sino el análisis, por mucho que sea descorazonador. Los jóvenes de Bildu son conscientes de lo que votan. Es inútil organizar la respuesta a todo eso desde las escuelas, porque no se trata de algo racional. Es un cúmulo de afectos que se encienden y se fortalecen desde organizaciones juveniles no siempre explícitamente políticas. Por decirlo de otra manera: ninguno de esos jóvenes dejaría de votar a Bildu después de escuchar una charla de la hija de un guardia civil asesinado.

El segundo error tiene que ver con los mayores. Con nosotros. Hablamos de ETA como el único agente del terror, y al hacerlo desligamos inconscientemente a la izquierda aberzale de esa responsabilidad. Cada vez que un representante de EH-Bildu evidencia el afecto que sienten hacia los miembros de la banda repetimos el mismo lamento: «¡Son ETA!». Y lo cierto es que no, no son ETA. Son la izquierda aberzale. ETA dejó de existir. Y dejó de existir porque el trabajo ya estaba hecho. Porque trabajaban precisamente para que la rama política pudiera llegar a la situación en la que se encuentra hoy: EH-Bildu puede presumir de un País Vasco sin presencia de España en sus instituciones, sin presencia de la derecha en sus calles y con una influencia creciente de los aberzales tanto en el País Vasco como en el Gobierno de España. Como dijo Otxandiano, la izquierda aberzale no hizo todo lo que debió hacer mientras ETA asesinaba; pero el caso es que lo que hizo fue suficiente. Y necesario.

El tercer error tiene que ver con los sentimientos. El mensaje de rechazo a la izquierda aberzale se ha construido sobre un axioma equivocado: el dolor de las víctimas. Fue algo comprensible durante los años de plomo, pero no puede seguir siendo el cimiento político, pedagógico y ético de ese rechazo, porque detrás de ese dolor hay responsables concretos, porque el objetivo de ETA era la sociedad española y porque el rechazo debe partir de unos principios éticos universales, y no sólo de la empatía ante el sufrimiento.

El cuarto y último error tiene que ver con las palabras. Con cuatro, en concreto: «Hasta que no condenen». Es un error doble. Primero, porque la condena es un acto irrelevante en quienes llevan a etarras en sus listas. Y segundo, porque tarde o temprano condenarán. Y entonces quedará desactivada la única barrera real para el pacto definitivo entre socialistas y aberzales.

SOBRE EL AUTOR
Óscar Monsalvo

es presidente de la plataforma Ego Non

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